Índigo, como el espectral crepúsculo
en una tarde de abatimiento y condenación
se revelaban las entrañas de mis memorias.
Las demacradas espinas de las frágiles rosas carmín
con delicada firmeza mostraban la fortaleza
que mi ambición había despedido con amargura.
Y entre el rocío del enramaje
la basta llanura de la decepción resplandece
y engrandece el fulgor de la muerte
Mas, ¡ah, ella es la única que abraza mis plegarias!
La espesa ciénaga me engulle
ah, con inusitado placer.
Y manifestad que soy esclava de la demente,
reina de las almas que jamás son recordadas,
y que con sencillez beso las nubes
que jamás podré alcanzar.
Mas yo me pregunto si el lecho de mi muerte
como el nimbo libera el aguacero.