"Guarneciendo mis olvidados vestidos con tus lazos de seda y encajes, mi cabello se tornaba suave entre tus dedos, y mi frágil cintura reposaba segura entre tus brazos, mientras esa dulce fragancia a rosas nos embriagaba a ambos. Ah, como olvidar esa ensoñación...
Mas entonces atisbé en tu mirada un deje de impaciencia que me alertó y me desconcertó por completo. ¿Era esa tu idea de Eternidad? La aparente belleza que hay en mí se marchitará con los años, y la grandeza de mis palabras abandonará el lecho de la apasionada fascinación...
Yo, la antítesis de todo lo que tú anhelabas y deseabas poseer, había transmutado mis errores y mi arrepentimiento en esperanza y ahora era el espejo de tus ideales.
Ahora lo se, querido, que yo representaba tu musa, tu inspiración, el descubrimiento de lo fantástico...
Y yo te rechacé, fría y sin ninguna excusa para mitigar mi propio orgullo, pues la felicidad era como la niebla ante nuestros ojos, una realidad vana e infructuosa, pero la única verdad posible para el burlesco ser humano.
Y yo te rechacé, fría y sin ninguna excusa para mitigar mi propio orgullo, pues la felicidad era como la niebla ante nuestros ojos, una realidad vana e infructuosa, pero la única verdad posible para el burlesco ser humano.
¿Que fin perseguíamos con tanta vehemencia si , al fin y al cabo, ambos sabíamos que solamente nos lograríamos lamer nuestras mutuas y perpetuas heridas de una condenación por una vida inmortal?"
[..]
Angeline C. H.
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